AGITADORAS

PORTADA

AGITANDO

CONTACTO

NOSOTROS

     

ISSN 1989-4163

NUMERO 78 - DICIEMBRE 2016

En Coma

Paco Piquer

La mañana es soleada y todo invita al paseo de que está disfrutando. Sin prisa, enfrascado en sus pensamientos y gozando de aquellos momentos de asueto, se encamina, sin un rumbo predeterminado, hacia el parque cercano donde piensa, sentado en un banco al sol, leer tranquilamente el libro que porta en el bolsillo. Hace tiempo que no dispone de tiempo para sí mismo y aquellos momentos que se está dedicando le parecen un lujo.

Se detiene al borde de la acera esperando, para cruzar la calle, que se encienda la luz verde del semáforo. De pronto, unos gritos llaman su atención. Un joven corre a gran velocidad con un bolso en la mano, huyendo, al parecer, de dos hombres a los que ha ganado cierta ventaja. El muchacho, sin detenerse en su carrera, pasa por su lado como una exhalación y cruza la calle sorteando el intenso tráfico. Se oyen algunos frenazos de automóviles, cuyos conductores se ven sorprendidos por su inesperada incursión en la calzada.

Los hombres, sin aliento, llegan a su lado, jadeando ostentosamente, justo en el momento en que se abre el semáforo, y cruzan asimismo la calle.

- Un tirón – imagina - Y se dispone a continuar su paseo.

En el momento de bajar de la acera algo que se encuentra junto al bordillo hace que se detenga. Un pequeño billetero de mujer que, enseguida, se dispone a recoger. Sin duda se le había caído al ladrón en su precipitada huida.

- ¡Eh! ¡Oigan! - Con la cartera en la mano, grita a los perseguidores que
apenas alcanzan la acera opuesta y que, sin oírle, continúan intentando dar alcance al fugitivo.

Por un momento piensa en correr, a su vez, tras ellos y entregarles el billetero. Pero comprobando que le han tomado una considerable ventaja decide, guardándoselo, continuar su camino y entregarlo al primer policía que encuentre. Todo menos renunciar a aquel estupendo paseo hasta el parque.

---oOo---

Estoy buscando, amor, verbos, palabras,
con que expresarte lo que ahora siento.
Hurgo en mi cerebro, registro
por entre recónditos circuitos de mi mente,
sin hallarlas.
De entre los restos de un naufragio,
rescato algunas, que utilizaba antes.
Pero están vacías, secas y
se escapa, por entre cicatrices,
la esencia de lo eterno.
Habré, pues, de inventar, amor,
palabras, verbos nuevos.
Y someterlos a ilustres académicos
y que los examinen
bajo el visor del léxico.
Y una vez aprobados me los den,
para decírtelos.
Y destruirlos luego.
Antes de que alguien más
aprenda a decir: ¡ Te quiero !

La estancia, en penumbra, se llena con la voz femenina que recita los versos. Está sentada en una butaca y viste sobre sus cómodas ropas de calle una bata de médico, cubre sus cabellos con un gorro y sus zapatos están ocultos por fundas. Parece encontrase en la zona estéril de un área quirúrgica. Junto a la butaca que ocupa la mujer, una cama de hospital rodeada de aparatos clínicos. Un respirador artificial, sueros que penden de soportes de acero y cuyos tubos están unidos, como los cables que transmiten las constantes vitales que aparecen en un monitor, a los brazos del hombre que se adivina sobre el lecho.

La mujer lee sin emoción, sin darle el énfasis ni el sentimiento necesarios, aquel libro de poemas que sostiene en sus manos. Su voz es, sin embargo, suave, profundamente femenina. Lleva ya varias horas leyendo, como ayer, como mañana, sin saber ciertamente si su lectura llega a aquel hombre desconocido, que, en coma, yace en el lecho cercano.

Hace ya varios meses fue contratada por la familia del enfermo, un hombre adinerado que había sufrido un grave accidente, para que diariamente le leyese en voz alta textos de su inmensa biblioteca. Gran aficionado a la literatura, suponen que podría soportar no alimentarse ni respirar naturalmente pero de ningún modo la ausencia de sus libros. De este modo, leyendo para él, consideraba la familia que, si existían ciertas posibilidades de consciencia, el hecho de acercarle con la lectura su gran pasión contribuiría, sin duda, a hacer más llevadera, más humana, aquella postración.

---oOo---

… Y destruirlos luego.
Antes de que alguien más
aprenda a decir :
¡Te quiero!

Sólo un rumor sordo y acompasado acompaña la oscuridad y el silencio total que, de pronto, se transforman en sonido. Como antes. Aquellas palabras, aquellos versos tan conocidos y amados le llegan como a través de un sueño. Trata de identificar la voz, pero sus esfuerzos resultan inútiles. No sabe dónde está. Ni quien es. No siente frío ni calor, hambre ni sed. No siente dolor alguno. Ha intentado abrir los ojos sin conseguirlo. Ningún músculo le responde. Desde la oscuridad más absoluta, grita. Nadie replica. Es como lanzar el silencio contra el silencio. Pero oye. Las palabras han llegado con claridad a su mente. No puede controlar los intervalos de tiempo que separan cada momento de sonido audible y comprensible. Su “vida” se rige por los espacios que van del uno al otro “antes”. Sólo aquel rumor acompasado, mecánico, acompaña como un fondo sonoro cada instante de aquel universo particular que se reduce a esperar a que, de nuevo, se manifieste la “voz” y su mente reconozca, torpemente, textos y poemas guardados celosamente en su cerebro. Única percepción que se ha convertido en el alimento que le mantiene “vivo” como un feto flotando en el liquido amniótico del seno materno.

---oOo---

Tan sólo le faltaba un tirón y la pérdida consiguiente de su bolso y sus documentos para que aquella especie de astenia, de cansancio absurdo, que la atenazaba en los últimos días, se acentuase, convirtiéndose en un principio de depresión que en ningún caso deseaba y que estaba minando su desbordante vitalidad. No debía haber aceptado aquel trabajo. Con las oposiciones era más que suficiente. Pero necesitaba el dinero y además solo se trataba de leer.

Al llegar a casa, un mensaje en el contestador. Alguien ha encontrado algo que cree le pertenece y en el mismo, un número de teléfono que supone corresponde a su propietario. Desea devolvérselo y la cita. Aunque no está de humor, la necesidad de recuperar sus pertenencias la fuerza a acudir.
Es un joven agradable y atento que le explica como encontró su billetero. Ella trata de ser amable. Escucha con atención el relato y le agradece vivamente el favor de devolvérselo personalmente. Está todo, dinero y documentos, comprueba con alivio.

- ¿A qué te dedicas? - pregunta él.

- Estoy preparando unas oposiciones para profesor de Universidad – responde a la vez que piensa que ya debería estar estudiando a aquellas horas. – Soy licenciada en filología.

- No te debe quedar mucho tiempo libre – afirma – debes tener que apoyar bien los codos.

- Sí. No me hables. - y añade – Y trabajo además.

- No sé cómo puedes – continúa – No debe de ser un trabajo muy pesado. Si no, entiendo que estés tan cansada.

- No. El trabajo es sencillo. Pero deprimente. Se trata sólo de leer. Leer para un enfermo.

Ella le explica con todo detalle que es lo que hace. El hombre en coma, que no sabe si puede oír lo que ella lee. La situación en sí. El contacto diario con un vegetal. Con un muerto en vida. La familia del enfermo pretende que está realizando un magnífico trabajo. Sus constantes no se han alterado desde que ella inició sus lecturas y están convencidos de que, de algún modo, oye y esto le hace bien.

Él no da crédito a la historia. La considera absurda. No el hecho de leer para un enfermo. Ha oído hablar de ello. Pero, leer para una persona en coma: ¡Qué tontería! Ella le da la razón, pero le hace ver que seguramente no le está causando mal alguno y además está ganando un buen dinero por unas horas al día.

Discuten afablemente el asunto y deciden no darle más importancia. Y, además, ¿qué derecho tiene él para criticar el trabajo ajeno?

---oOo---

Llegas cansado, Sol,
a tu Poniente
dedicando una última y
fugaz mirada
al Mundo,
que se entristece con tu ausencia …..

Cuando termina de recitar los versos aún está impresionado por aquel ambiente opresivo en el que se encuentra. De fondo, el siseo constante y rítmico del respirador que ha sido invadido por su voz. La tenue luz verdosa que emana del monitor ilumina vagamente la cama de hospital donde se encuentra el enfermo.

No debería de haber aceptado sustituirla. Pero era importante para ella aquel examen y ya que él se había manifestado tan incrédulo y crítico con su trabajo pensó que su conocimiento de causa sería del todo correcto ocupando su lugar aquel día, al tiempo que le hacía un favor.

Se encuentra incómodo con aquellas prendas estériles que cubren sus ropas. A solas con el hombre que, conectado a una vida artificial, yace ajeno a sus pensamientos. Piensa que resulta imposible que pueda oír y, menos aún, comprender cualquier texto que se le lea.

Sus pensamientos se interrumpen cuando, de pronto, un extraño pitido intermitente surge de la pantalla donde se controlan las constantes vitales.
La puerta se abre y aparecen dos personas que se abalanzan sobre el enfermo, a la vez que con la mirada observan que la línea, quebrada hace unos instantes, que aparece en el monitor es ahora completamente horizontal.

Uno de los hombres le conmina a que abandone de inmediato la habitación.
Se encuentra en la salita contigua, con el libro en la mano y aún con aquellos ridículos vestidos, cuando uno de los enfermeros abre la puerta con expresión sombría.

- Ha muerto – anuncia.

---oOo---

Un silencio profundo, denso, parece separarles. No se atreven a pronunciar palabra alguna. Llevan de este modo desde que regresaron del caserón donde vivía el fallecido. Su viuda ha querido agradecerles los esfuerzos por confortar a su marido en sus últimos días. Los médicos no han sabido explicar el porqué de aquella súbita muerte. A pesar de la gravedad de su estado, las constantes vitales se mantenían dentro de unos márgenes estables y nada hacía presagiar el súbito desenlace.

- Quisiera pedirte un favor – dice él de pronto.

- ¿Qué? – contesta ella, sobresaltada, como despertando de un sueño.

- Quiero que me leas algo – le dice – Como a él.

- No te entiendo. ¿Qué pretendes? – pregunta.

- No sé…. es un presentimiento. Hazlo, por favor. – le suplica.

Ella toma un libro al azar de la estantería y se acerca a la ventana.

Cae la marcha, se refrena el ímpetu tardío.
Quiera el doblar de la esquina traer caras,
rostros conocidos en el tiempo. Atrás olvidados.
Desdoblando el paso que la mirada traza,
desde las ventanas y las siluetas adormecidas.
Creando un gesto melancólico y extraño,
que mece, arrullando, un segundo, un año.
Quiebra espíritu, dulcemente, los ojos encendidos
Y anegados en lágrimas por los que, perdidos,
ajenos y adorados, han sido.

La suave voz de la mujer, profunda y femenina inunda la estancia. El trata de apartar de su mente aquella idea que da vueltas en su cabeza desde el día en que la reemplazó en la lectura.

Si el enfermo podía oír de algún modo, no eran los textos, ni los versos en toda su hermosura, los que llegaban hasta él como un bálsamo. Era la voz. La voz de ella… Ahora comprendía. La terrible hipótesis toma cuerpo de pronto:

Fue su voz, la de él.

La que le había matado.

 

En coma

 

 

 

@ Agitadoras.com 2016